domingo, 16 de noviembre de 2008

Contra la espada y la pared

Eran exactamente las 10:30 de la noche, cuando recibí la peor noticia de mi vida:
“Su padre está muerto, fue brutalmente asesinado mientras trabajaba en su negocio. Se le encontró una herida de espada que atravesó su corazón…”
Con toda la desazón que tenía, no dude ni un instante en llamar a Hugo Daba, mi amigo, que sin ningún problema me ayudaría. Lo llamé. Como era de costumbre, estaba leyendo uno de esos libros antiguos que el lee, pero me contestó sin enfurecerse.
Llegó lo más rápido que pudo para investigar juntos. Me dijo que me tranquilizarla, que todo estaría bien, que son cosas que pasan. Tomé coraje, y partimos juntos hacia la escena del crimen.
Una vez que llegamos, vimos a Javier, el hermano de Hugo, hablando con un policía, pero no le dimos importancia, nuestra meta era, claramente, otra.
Definitivamente, era su cuerpo, el de mi padre, tal como había sido detallado en la carta.
En el suelo estaba la espada con la que habían asesinado a mi pobre padre. Hugo me dijo que tomara nota de todo y que levante la espada con cuidado que la llevaríamos para examinar, pero él se había quedad confundido con la imagen de su hermano y el policía. Algo tenía en mente, algo había descubierto, pero era muy cauto. También me pidió que averigüe los datos de la espada, cuando había sido comprada, que marca, en que negocio, y demás…
Por suerte, el gran tesoro del negocio estaba bien, sin ningún daño. Luego de una serie de examinaciones más, regresamos a mi casa, y él luego partió hacia la suya. Se le notaba en el rostro que ya tenía una idea de cómo sucedieron las cosas en el asesinato, pero no animé a preguntarle. Tragué toda la bronca y tristeza acumulada y ya con la mente tranquila logré deducir que habían asesinado a mi padre para llegar al gran tesoro, el libro de Napoleón, pero la policía había llegado a tiempo y por eso el libro se encontraba sin daños. A la mañana siguiente Hugo me llamó y me pidió que averiguara los datos del policía que se hallaba con su hermano. Cortó rápidamente. Una vez finalizado su llamado, me llamo Javier, su hermano, para darme el pésame, para decirme que lo sentía mucho, le agradecí y corté. Lo que me pregunté fue ¿Por qué no me hablo el mismo día del crimen? ¿Qué hacía él en la escena del crimen?
Decidí comunicarle esto a Hugo.
Luego, me fui hacia la comisaría, tal como me lo había pedido y los oficiales me mostraron quince fotografías, que eran todos los oficiales que trabajaban en la zona y luego de tanto buscar, lo encontré. Su nombre era Willy Gasquet.
Lo llamé a Hugo y cuando le pase estos datos dijo:
- ¡Bingo! El caso está cerrado.
Me salió una sonrisa en la cara, y le pregunté quien era, y con una voz penosa, me respondió:
- Javier, mi hermano
Me dirigí hacia su casa para que me explicara todo su procedimiento en la investigación. Me lo contó, estaba en lo cierto.
- Resulta que cuando llegué a mi casa, vi al policía con el que mi hermano había estado charlando, salir con su automóvil, con una cara de malestar terrible. Ingresé a mi casa, y cuando estaba yendo a mi habitación vi la gorra de un policía, entonces confirme lo que había pensado, el policía no había estado en la casa de ningún vecino, ni por casualidad había pasado por esta calle, había entrado aquí y seguramente, habría discutido con Javier por la cara de malestar que tenía, seguramente por un tema de dinero. Cuando me dirigí hacia el sofá para distraerme y leer y pensar que fue solo coincidencia, logré ver que en el tapizado, estaba escrito: “Willy Gasquet. Oficial Nº 5, de la comisaría integral de París”. Era, según la información que me diste, el mismo que había estado en el crimen. Deduje que era la tinta de la placa que no se había terminado de secar. Había más y más pistas. Luego, cuando estaba en plena lectura, se me cruzó por la mente la imagen en que Javier me pedía dinero, y yo me negaba, ya que no me fundamentaba para que lo necesitaba. Corrí como nunca hacia la caja fuerte, y en el camino Javier me pregunto si me pasaba algo, disimule y le dije que no, una vez que llegue a la caja fuerte, ésta estaba vacía. Entonces, ¿Cómo habría logrado Javier comprar la espada y pagarle al policía para que le actúe de cómplice, si estaba falto de dinero? Obviamente que con la plata de la caja. Eso no es todo, la información que yo rescaté de la espada coincidía totalmente con el folleto que el guardo en su saco, era el folleto de la casa de espadas, en donde Javier había comprado una. Entonces lo agarre y le dije: Estás entre la espada y la pared, o te entregas, o aunque me duela, tendré que delatarte, porque por más que seas mi hermano, es mi deber. Y allí lo ves, encerrado tras las celdas.
Así terminó su relato, y salimos a caminar silenciosamente por las calles de Paris. Era un caso mas en la colección de Hugo, aunque el final no es justo el que el deseaba.
NICOLAS DABBAH

1 comentario:

Crismassa dijo...

Por fin!! Te felicito.